No hay nada mejor en esta vida que hacer feliz a alguien con un regalo.
Hoy este post va de eso. De lo poco que cuesta hacer feliz a alguien.
Cuando era pequeña mi padre cogía muuuchos aviones, cada dos ó tres meses nos plantábamos en el aeropuerto mi madre, mi hermana y yo, para verlo marchar o para verlo llegar. Esta era la mejor parte, claro está. Aunque en alguna ocasión las nieblas y lluvias que decoran estas tierras en invierno nos dieron más de un susto, y nos obligaron a peregrinar de Peinador a Lavacolla en plena noche... y sin móviles!
Pero lo dicho... cuando llegaba papá aquello era una fiesta, sobre todo cuando volvía por Navidad como
el Almendro... Y lo mejor era aquella enorme maleta de la que siempre salía algun tesoro.
Y el mayor tesoro, cuando venía de Barcelona, eran unas
trufas de chocolate exquisitas que venían envueltas en una caja dorada, como todo buen tesoro, y que sabían a gloria. Y que llevaban un sello inconfundible:
FARGAS, una chocolatería situada en pleno casco viejo de Barcelona y que lleva más de 100 años endulzando la vida a los barceloneses, y los no barceloneses.
Debe de estar todo buenísimo, pero esas trufas en concreto... suaves, se deshacen en la boca, exquisitas...!
Cuando se jubiló el patriarca dejamos de probar tales manjares y nos dedicamos a recordarlas de vez en cuando... Hasta este sábado.
Mi "compi de piso" se fue con sus niños de viaje a Lleida y Barcelona, y en su paseo por el casco viejo, se dejó tentar y compró una caja de maravillas de chocolate para darle una sorpresa al capitán (mi padre), y a todos.
Y vaya si se la dio! Fue una pena no inmortalizar la cara de sorpresa, de gusto y de añoranza (todo junto, si os lo podeis imaginar) que se le puso, y lo feliz que lo hicimos con una cosa tan pequeña. Claro está, todos nos lanzamos a por ellas, y siquen igual de buenas que siempre!
Así que os recomiendo de verdad que las probeis, si pasais por Barcelona. Apuntad, Fargas, en Carrer del Pi, 16.
Y a chuparse los dedos!
Besos, papá!