domingo, 21 de noviembre de 2010

Abandonamos Noia cruzando la lengua de mar hacia el puerto de Muros, hacia el norte, y desde allí seguimos los contornos de un paisaje formado por escarpados acantilados y arenosas playas. En los días sucesivos rebasamos la amplia ensenada de Carnota, el legendario Monte Pindo, que fue pasando por todos los tonos posibles de color rosado mientras lo tuvimos a la vista, y las hermosísimas cascadas de Ézaro, donde las aguas del rio se entregaban al mar saltando al vacío desde un prominente acantilado cortado a pico.

Tras cinco jornadas de viaje por mar, nos acercábamos por fin a Finisterre, el temible Fin del Mundo, último reducto habitado por el hombre antes del gran reino de Atlas, del gran océano a partir de cual no hay más que un vacío infinito, el lugar donde, según la historia, las legiones romanas de Décimo Junio Bruto se aterrorizaron al observar como el Mare Tenebrosum engullía el sol y lo hacía desaparecer, la última tierra, en fin, que pisan los muertos antes de subir a la barca de Hermes para ser conducidos al Hades...


IACOBUS. Matilde Asensi.

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